miércoles, 6 de octubre de 2010

El cadáver político

El hombre del traje que hablaba para todos era el presidente del gobierno, se llamaba Benigno Olvido y todo lo que dijo ese día salió en la tele, en directo desde la primera hasta el canal populista. Según decían había sido un gran discurso pues ya era el segundo mandato, al menos eso decían todos los medios de comunicación afines a él, mientras que la oposición y los sindicatos lo acusaban de ignorar lo que le ocurría a su país. Lo ocurrido ese día fue lamentable y triste, pero nadie lo dijo, al menos en público.

Bajo las escaleras despacio, meditando que hacer cuando llegará a casa, ya eran casi las siete, todavía le daba tiempo de pasarse por el despacho a coger el regalo de cumpleaños de su hija, una bonita guitarra de color blanco firmada por el cantante de Metallica, la preferida de su hija. La estaba envolviendo su secretaria en la sala contigua cuando le llamaron, cogió el teléfono, la otra voz le dijo que se hizo lo prometido y colgó, dejándole sólo con el pitido monótono y aburrido. Al coger el regalo le dio también un cheque a la secretaria para cobrar al portador, aunque en realidad no era para ella, si no para la persona que llegaría poco después.
Al salir a la calle notó un calor horrible, era fácil saber el por qué, hacia veintitrés grados en la calle hacia un sol de justicia y llevaba ese traje ceñido que no dejaba respirar a ninguno de sus poros. Subió al coche y el chofer acelero. Iban a cruzar la Puerta de Alcalá.
Se desabrocho los botones de la chaqueta y al llegar al último, todo se volvió fuego, murió al instante como el chofer.
La secretaria le dio los buenos días y le preguntó el nombre, era el elegido, le dio el cheque y por donde vino se fue. Cogió el metro y se confundió entre la multitud hasta llegar a Barajas. Una vez allí nadie sabe adonde fue.
Al día siguiente, todo fue luto, en todas partes se hablaba de la muerte del presidente del gobierno. Era curioso pero nadie hablaba del chofer o se decía poco y todo lo que se opinaba de él es que era el principal sospechoso. Y así fue como fue culpada y casi extraditada la familia del conductor. El culpable poco después apareció en las noticias un musulmán que llevaba cuatro años viviendo en España con papeles oficiales y en regla. Fue llevado a la cárcel y todavía sigue allí, mientras tanto en un zulo escondido a trescientos metros bajo tierra un comandante de la banda terrorista se abanicaba con unos billetes morados mientras se tomaba una botella de cava junto a otros como él de menor rango.
Todo había salido a la perfección, la trampa había sido un éxito.

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