jueves, 7 de octubre de 2010

Los platos rotos

Alex siempre ayudaba a su hermana, con los deberes, con los exámenes, con los problemas de su ordenador,… Su hermana que dormía con él en la misma habitación se lo agradecía ignorándolo, ni siquiera un gracias ni una sonrisa. Nada. Alex se lo dijo a su madre pero ella lo dejo pasar “es la edad” le decía hasta que creció y empezó a romper jarrones con las muñecas, que él escondía cuidadosamente para que su madre no se enterara en bolsas azules de basura y llegó a los quince y cuando jugaba en el jardín con el balón y rompía un cristal él cargaba con las regañinas de su madre “parece mentira la edad que tienes” siguió diciéndole. Su edad difería en siete años, es decir, cuando ella cumplió los dieciocho él ya tenía veinticinco años.
Una noche llegó borracha a casa a las dos de la madrugada, su hermano la escucho y salió a su ayuda, la recostó cariñosamente sobre el váter, la retiró el largo flequillo y la melena para que no se manchara de vomito y después la acomodo en la cama después de darle un Ibuprofeno para que se le pasara el mareo.
Amaneció un 15 de agosto de 1999 y Ángela se levantó, tenía una resaca del quince, después de pasarse toda la noche de botellón pasando del whisky al ron sin olvidar el mojito, fue al baño se lavo la cara y se dio una ducha fría por si conseguía quitarse la cara de enferma, y le salió bien.
Al bajar las escaleras se encontró con su hermano y le dio un beso en la mejilla, le abrazo, se lo agradeció. Esperó que con esto ayude a que se le enfade el enfado, porque se acaba de dar cuenta en la ducha de lo que él había hecho por ella.
Alex estaba contento amanecía un buen domingo la propuso ir al cine y todo fue a mejor y todo gracias a un gracias.

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