miércoles, 9 de marzo de 2011

El Club de los Onironautas (I)


Se reunían frente a una mesa redonda, como los caballeros del Medievo, pero ellos no hablaban sobre conspiraciones a la realeza o a la nobleza ni de batallas en campos abiertos por salvar algún trozo de tierra.

Ellos sólo quedaban para contar sus vivencias en el mundo de los sueños. Una práctica que hacían una vez en semana. Normalmente los domingos por la tarde. Se reunían en la casa de uno de ellos cada vez. Eran un total de siete personas, a veces faltaba alguien a alguna reunión, lo que solía significar que no estaba interesado en expresar su sueño delante de tantas personas, el club respetaba esa opción y lo dejaban pasar.

Era la décimo novena vez que se reunían y ya se conocían de sobra, todavía había desconfianzas entre algunos miembros o miedo a decir más de lo deseado por ello pero casi siempre pensaban de antemano el relato que iban a contar en la sesión del día. Cuando un miembro explicaba lo sucedido trataban de mirarle a los ojos para ver más allá y descubrir la posible mentira las cuales solían ser pequeñas, detalles sin importancia que si se descubrían daban a entender las cosas de otro modo muy diferente, eran máquinas de la verdad humanas pero solo entre ellos.

Un sábado por la noche cualquiera, un día excepcional para contar lo increíble y creerse todo lo posible.

–Hola a todos, aunque hoy sólo seamos cuatro. Vaya, esta semana pensaba contar con más gente, pero bueno, da igual. Damos comienzo al día diecinueve en el Club de Onironautas. ¿Quién quiere empezar? ¿Nadie? Estupendo entonces empezará el director que soy yo– Dijo Pablo con su vez aguda, pero susurrante aunque clara. Todos a su alrededor rieron cuando hizo el comentario de la cantidad de personas a las que asistían a la reunión–. Mi sueño empieza asi. Me encuentro caminando solo en mitad del parque que se encuentra detrás de mí edificio, esta todo oscuro, miro a las farolas pero están todas sin luz, fundidas, pero en los edificios se ve a gente o mejor dicho, sus sombras tras las cortinas, casi como espectros. También al acercarme a las ventanas de los edificios veo como bajan las persianas haciendo ese traqueteo tan molesto. Y hasta ahí puedo leer. Ya no  recuerdo más de aquel solitario y frío sueño –él era el más especialista en encubrir sus mentiras y entre las siete personas que suelen estar en torno a la mesa solo hay una que le descubre, Aura, la psicóloga del grupo–. Bueno ¿Quién quiere ser el siguiente? ¿Tú Aura?

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