miércoles, 23 de marzo de 2011

El Club de los Onironautas (III)


Alex era el más joven, sólo tenía veinte años, unos ojos azules con un circulo exterior entre grisáceo y plateado un pelo moreno y liso que en ese momento llevaba corto con un poco de gomina.
–Sólo tengo una pregunta que haceros, me da igual quien me conteste pero respondérmela ¿Por qué se creó el grupo, el club? Es algo que me reconcome y aunque haya venido cuatro días, la pregunta me la hice a la salida de la reunión del segundo día que vine.
–Te la responderé yo, no solo porque sea la persona que quiso crear y puso los medios y las bases para crearla. Sino porque eres de todos los miembros que sean apuntado a estas reuniones el único que se lo ha preguntado –dijo Espido, una persona que por lo menos tenía sesenta años, vestía con muchos colores, como si quisiera decir al mundo que era una persona de otro mundo, y la anterior vez que la vio Alex descubrió que hablaba de una forma rara y retraída, como si con sus palabras se ocultara en un cascarón de tortuga y sonaran a través de el–. El Club de los Onironautas se creó porque encontré una forma fácil de expresarse, diciendo las cosas que ocultamos en nuestra mente, y con ello sentirse mejor sin necesidad de ir a caros psicólogos. En resumen como un terapia en grupo. Estaba pensado para personas solitarias como Carlos que fue el primer miembro y la persona que más ha dado a esta organización de alguna manera o de otra.
»Creé el grupo por mi hermano, para que dejará de lado sus manías persecutorias y casi homicidas. Lo conseguí. Pero un día desapareció cuando fue a su cita con la psicóloga. Todavía mi familia y yo lo buscamos, por supuesto lo denunciamos a la policía pero nadie sabe sobre su paradero –sus ojos se perdieron en el infinito, el marrón de sus ojos adquirió un tono brillante.
–Lo siento mucho.
–No pasa nada. Tú no tienes la culpa.

–Bueno, empezaré a contar mi sueño –Indicó Alex después de dejar pasar unos segundos que se le hicieron más largos de lo normal. El relato de la desaparición dejó un ambiente de tensión, de nervios y de inquietud, él no sabía por qué pero suponía que alguno de sus tres compañeros o todos ocultaba algo. Como si un corazón latiera más rápido de lo normal y se percibiera su murmullo y fuera difícil obviarlo.
–Empieza así. Un valle nevado en el que a lo lejos se ve un árbol, como parece ser invierno se encuentra triste y sin hojas. Al acercarme, toco la superficie del tronco pero no es áspera, como esperaba. Si no lisa y suave, como si fuera de plástico. Al acariciarlo este empieza a manar de su interior un líquido plateado. Pronto todo el suelo está cubierto de esa sustancia y todo se ve reflejado en ella. Poco después me miro en ella y veo reflejado un rostro que no es el mío, es el de alguien desconocido que no he visto en toda mi vida. Le veo con mucho detalle: tiene las cejas pobladas casi unidas, los ojos de color ámbar, una boca pequeña y rosada y un pelo ligeramente cano. Tiene el tamaño de los ojos descompensados; uno muy grande y otro casi cerrado. Sus orejas en cambio están equilibradas; ni muy grande ni muy pequeñas. En realidad es lo único que le da aspecto de humano. A veces pienso que es un monstruo.
»A partir de ahí todo va muy deprisa la imagen se rompe en pedazos, quebrándose, y sus líneas se extienden por toda la superficie, suenan ecos lejanos, como si un millón de espejos se rompiera a la vez lentamente pero cada vez más rápido, in crescendo, ya toda el suelo vuelve a ser polvo de nieve. Y por último caigo. Todo se vuelve del blanco de la nieve. Así termina mi sueño. Últimamente ese sueño se repite, esta semana o soñaba eso o nada.

–Abernathy decía “Se puede matar al soñador pero no al sueño”, así que tendrás que superarlo por ti mismo –dijo Aura con una mirada comprensiva y siguió –Si quieres puedes venir a mi consulta el lunes por la mañana, no te preocupes por el dinero, no te cobraré nada.
–De acuerdo, pero… podría ir por la tarde. Es que me viene mejor.
–Vale. Sin problemas. Pero que no se te olvide.
–Bueno parece que ya sólo quedo yo. La última, la más mayor del grupo, muy educado por vuestra parte –dijo Espido con una sutil y modulada voz, por lo que había escuchado había trabajado en un programa de radio cuando era joven. Todos rieron la broma.

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