domingo, 22 de julio de 2012

Fragmentos Nº57: Verano en rojo


Berna González Harbour
Verano en rojo

Ya caía el sol cuando los dos policías emprendieron el camino de regreso. Tomás ayudó a María a reclinar el asiento, le ató con cuidado el cinturón, colocó su bolso-almacén a buen recaudo y estuvo tentado de apartarle el pelo de la cara, pero ella estaba alerta y se lo pasó por detrás de las orejas con los dedos que le habían quedado al descubierto. El vendaje de las manos era aparatoso: dos bolas de gasas desde el codo hasta las yemas, como guantes de boxeo listos para atacar y desafiar de una vez el color blanco, limpio e impoluto del hospital. La cara no tenía mejor aspecto, con varios apósitos colocados para supurar y cicatrizar los trece microcortes que habían quedado tras retirársele otros tantos cristales de mejillas, frente y sienes. Solo uno era más serio, en el pómulo derecho, y habría que vigilarlo cada día para supervisar su cierre. Pero dadas las circunstancias, se podía decir que había tenido suerte.
—Ha sido un milagro que no te hayan entrado los cristales en los ojos —dijo Tomás, ya sentado en su asiento de piloto.
—No me hables de milagros, por favor —zanjó María.

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