sábado, 8 de septiembre de 2012

Fragmentos Nº70: Yo confieso


Jaume Cabré
Yo confieso

Siguiendo órdenes estrictas, los partisanos supervivientes debían registrar los cadáveres y recoger armas, municiones, botas y chaquetas de piel. Como impelido por una fuerza misteriosa, Drago Gradnik fue al encuentro de su primer muerto. Era un joven de cara bondadosa y ojos cubiertos de sangre que miraba al frente, apoyado aún en la pared, con el casco destrozado y la cara roja. No le había dado la menor posibilidad.
Perdona, hijo, le dijo. Y entonces vio a Vlado Vladic, que, junto con dos compañeros, recogía placas de identificación; lo hacían siempre que podían, para dificultar las labores de identificación de los enemigos. Al llegar a su muerto, le arrancó la chapa sin contemplaciones. Gradnik reaccionó:
—¡Espera! ¡Dámela!
—Padre, tenemos que...
—¡He dicho que me la des!
Vladic se encogió de hombros y le entregó la placa.
—Su primer muerto, ¿verdad?
Y prosiguió con su trabajo. Drago Gradnik miró la placa. Franz Grübbe. El primer hombre al que había matado se llamaba Franz Grübbe, un joven SS-Obersturmführer rubio y probablemente con los ojos azules. Se imaginó un momento yendo a ver a la viuda o a los padres del muerto para ofrecerles consuelo y decirles, de rodillas, lo hice yo, fui yo, confíteor. Y se guardó la chapa en el bolsillo.
Todavía ante la tumba, me encogí de hombros y repetí oye, vamonos, hace un frío que pela. Y Bernat, como quieras, tú mandas, tú has mandado siempre en mi vida.
—Vete a la mierda.
Estábamos tan tiesos de frío que saltar la verja del cementerio para salir al mundo me costó un desgarrón en los pantalones. Dejamos a los muertos solos, helados, a oscuras con sus historias eternas.

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