domingo, 14 de octubre de 2012

Fragmentos Nº79: Nostalgia

Mircea Cărtărescu 
Nostalgia


Respecto a las chicas de la clase, ellas formaban para mí una masa casi indiferenciada. Sin embargo, había una tal Farcaș, que tenía cara de chacha, y a la que se veía siempre muy preocupada por las revistas de moda; estaba la alta que, no se sabe por qué, quería que la llamaran Vasile, y había otra, muy extraña, una especie de belleza de arrabal con algo naíf perverso, una especie de cisne negro, llamada Dialisa, que se quedó embarazada en undécimo y abandonó el liceo y luego nunca más se supo.
Por supuesto, había también chicas muy buenas y aplicadas, y otras bastante guapas y educadas de las que no se podía chismorrear nada. Pero ninguna de ellas me interesaba demasiado, y hoy no me acuerdo de ellas sino con mucho esfuerzo. Había también dos compañeras nuevas, una rubia, con cola de caballo a la espalda, que respondía al gracioso nombre de Pleșcoiu, y la otra, bajita y delgada, «una diva de miniatura», como la llamó alguien en el recreo, que venía del «Iulia Hașdeu». Su rostro, con ojos dorados y aire de «señora», su voz de pato, algo rota, me resultaban vagamente conocidos. En todos los recreos, durante un mes del primer trimestre, la vi sin verla de verdad, en el vestíbulo, con su grupo de amigas, parloteando todo el tiempo. Era muy elegante, llevaba anillos con piedras preciosas, cambiaba a menudo sus pendientes de clip, pues no tenía, probablemente, agujeros en las orejas. Por supuesto, en las clases se quitaba los anillos pero se los dejaba si los profesores eran hombres tolerantes, como Tom, el de inglés, que cambiaba también de trajes y de corbatas con sorprendente frecuencia. La chica se llamaba Georgiana Vergulescu, pero sus compañeras le decían Gina o Ginuța, como la llamarían probablemente en su casa. Esos nombres no eran en ningún caso cariñosos, porque no era difícil observar que las chicas no apreciaban en absoluto a su nueva compañera; intentaban, por el contrario, minimizarla, que pareciera que no la consideraban sino una niña esnob y consentida. Ella las aventajaba en todo lo relacionado con la ropa, los maquillajes, los perfumes y los jabones que tenía y que utilizaba cuando no iba a clase. Cada dos o tres palabras pronunciaba vocablos tan vacíos de contenido para mí como los que escuchaba en boca de los chicos locos por la música rock.

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