lunes, 3 de diciembre de 2012

Fragmentos Nº90: Muerte en primera clase

J. M. Guelbenzu 
Muerte en primera clase



A la hora de la cena, Mariana empezó a lamentar la compañía que les había caído encima. El financiero y el constructor no sabían hablar de otra cosa que de dinero y de inversiones. Ella trató de llevar la conversación a un territorio más abierto mencionando la inmediata creación del Tribunal Penal Internacional, noticia de esa misma mañana según la información de la BBC. Tanto el uno como el otro se lanzaron sobre el asunto como lo habrían hecho sobre una bandeja de aperitivos que hubiera aparecido repentinamente en la mesa, es decir: sin pensarlo; y por lo que pudo ver, ninguno de los dos mostraba la menor simpatía hacia el nuevo órgano jurídico. Adujeron, cada uno a su manera, que se trataba de una interferencia en los asuntos internos de los países y que para eso ya estaban las justicias nacionales. Julia intervino en caliente desviando la discusión hacia la justicia española al argumentar que, debido a enmarañados compromisos, no siempre se aplicaba con estricta equidad por razón del grado de influencia de cada encausado, inclinándose muy a menudo a favor de interese económicos más bien turbios. Ante las protestas que suscitó esta intervención, Julia contraatacó con más vehemencia poniendo el ejemplo de tantos empresarios protegidos por prestigiosos bufetes de abogados especializados en agotar recurso con toda clase de triquiñuelas para lentificar los procesos; o bien, continuó exaltada, son protegidos por verdaderos expertos en ingeniería financiera que les permiten, en caso de ser atrapados, poner a buen recaudo el botín para cuando salgan de la cárcel, beneficiándose de toda clase de reducciones de pena, bien por buena conducta, lo que le parecería el colmo del sarcasmo, bien por…
En ese momento, Mariana, que la presionaba ligeramente con el pie, se vio obligada a pisarla con fuerza.
—¡Ay! —protestó Julia.
—Afortunadamente —dijo Mariana dirigiendo una encantadora sonrisa a todos los presentes— no todo el mundo de los negocios es como lo pinta mi amiga. Ha habido casos, ciertamente, todos los conocemos,  como hay desaprensivos en cualquier oficio, incluido el mio; pero, como suele decirse, una golondrina no hace verano ¿verdad, julia? —concluyó con un discreto destello de advertencia en la voz.
—Ah, por supuesto —respondió Julia con una naturalidad que sonó forzada en medio del espeso silencio que se había ido creando durante su perorata—. No es una opinión indiscriminada, yo es que soy muy lanzada cuando me pongo a hablar.
—Y que lo digas —murmuró una de las dos segundas esposas.

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