sábado, 1 de junio de 2013

Novedades, mayo de 2013: Caballo de Troya



Las vacaciones de Iñigo y Laura de Pelayo Cardelús

temática: FICCIÓN MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
ISBN: 9788415451211
formato: TAPA BLANDA CON SOBRECUBIERTA
páginas: 224

Íñigo y Laura, después de cinco años de matrimonio y tras saber que al fin esperan un hijo, deciden pasar una semana de vacaciones en las playas salvajes y solitarias de Zahara de los Atunes.
Quieren descansar y -como mandan los eslóganes publicitarios- disfrutar de la vida: tomar el sol, paseos, pequeñas excursiones, chiringuitos y darse espacio, ocasión y tiempo para el deseo del cuerpo conyugal.

En su primera mañana de playa Íñigo le propone a Laura que haga topless y él mismo le quita la parte superior del bikini y, fuertemente excitado, le extiende la crema protectora por su piel. Luego se levanta, camina hasta la orilla del mar y contempla el bello cuerpo de su mujer.

De pronto, e inevitablemente, alguien se acerca.

Esta es una novela sobre el matrimonio, es decir, sobre el erotismo, la propiedad privada, el perdón y la muerte. El amor, el deseo y el matrimonio como campo de batalla.

Y por eso esta empresa editorial hace constar que en ningún caso se hará responsable de los posibles efectos colaterales que, para bien o para mal, su lectura pueda producir en aquellos lectores o lectoras que vivan en estado de matrimonio o estuvieran pensando el cometerlo. Que ya somos mayorcitos y todos deberíamos saber en qué libros, líos o matrimonios nos metemos.


Dos de julio
Íñigo y Laura se despiertan pasadas las once de la mañana, con ruido de niños en el piso de arriba. Sopla el famoso y temido levante, una densa niebla oculta el mar y la playa. Mientras desayunan en la terraza, dudan qué hacer ese día. No saben si caminar por la playa hasta Zahara de los Atunes para comer luego ahí, o coger el coche y visitar el puelo de Vejer de la Frontera. Mientras lo piensan, la niebla empieza a disiparse. El sol brilla con vigor y calienta la atmósfera, el paisaje se llena de figuras y colores: las palmeras, las encinas, los edificios, la playa, el mar. Deciden sin dudarlo bajar a la playa.
Media hora después se encuentran los dos en la playa, tumbados en la misma zona despoblada de ayer. Íñigo le ha hecho de nuevo quitarse y ponerse a Laura dos veces la parte de arriba del bikini, atento al género, masculino y femenino, de los paseantes que venían por uno y otro lado de la orilla. Toman el sol un rato y se bañan los dos a la vez. No hay cerca ningún puesto de vigilancia para los bañistas, las altas olas forman delante de ellos una barrera infranqueable. De perder pie, podrán terminar arrastrados mar adentro por la marea. Íñigo se imagina a sí mismo ahogado  en el fondo del mar, como un fardo de carne blanda hinchado de agua y de sal.
Están los dos tumbados en sus respectivas toallas, secándose todavía del último baño, cuando llega por el lado izquierdo un hombre mayor. Tiene el cabello entre rubio y blanco, la piel también muy blanca; viste sandalias, un traje de baño de color rosa y un polo blanco. Carga consigo una mochila negra. Se detiene fatigado a unos veinte metros de ellos y descarga la mochila. «Es un fotógrafo», piensa Íñigo con pavor, mientras observa sus movimientos. El hombre saca de la mochila no una cámara de fotos sino de vídeo, y permanece de pie; sujeta con la mano la cámara de vídeo y empieza a grabar el paisaje de la playa por el lado de Atlanterra. El hombre está apuntando a un grupo de su misma edad y aspecto, formado por un hombre y dos mujeres, los cuales vienen andando a paso tranquilo por la orilla del mar. Cuando se han acercado, saludan los tres a la cámara. Detrás del grupo viene caminando a paso rápido una mujer con las tetas al aire. el plano del vídeo necesariamente ha de incluir a la mujer, que pisa los talones de los extranjeros. Las tetas de la mujer se balancean con alegría, son unas tetas grandes y hermosas. Íñigo imagina la desnudez de la mujer secuestrada para siempre en la televisión o el ordenador de aquel desconocido, y se indigna por ella.
Tal y como temía, el hombre gira despacio su cámara de vídeo hacia el otro lado. Se aparta del grupo y enfoca la extensa y desierta playa, al fondo de la cual brillan bajo el sol las casas blancas de Zahara de los Atunes. De pronto inclina la cámara hacia abajo y apunta el objetivo de Íñigo y Laura. Ella toma el sol consciente de la incomodidad de su marido, pero en silencio; él vuelve la cara al mar y contiene la respiración. Cinco segundos después gira el cuello y descubre que el señor continúa apuntándoles con su cámara de vídeo. Se le sube la sangre a la cabeza, no puede dominar un ataque de ira. Se levanta de la toalla y camina directo hacia el señor blanco y rubio. El hombre no deja de grabar, enfoca a Íñigo como si este fuera el protagonista de una película de acción. Cuando se encuentra a escasos cinco metros, Íñigo le exige, con fiero ademán, que apte la cámara y deje de grabarle.

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