sábado, 16 de noviembre de 2013

Fragmentos Nº147: Los años de peregrinación del chico sin color



Haruki Murakami
Los años de peregrinación del chico sin color

—¿Sabes qué? En cierto sentido, formábamos una combinación perfecta. Como los cinco dedos de una mano. —Ao levantó la mano derecha y abrió sus gruesos dedos—. Aún hoy pienso así. Cada uno compensaba de forma natural lo que a los demás les faltaba. Ofrecimos lo mejor de nosotros a los demás y lo compartimos sin reservas. Seguramente, nunca nos volverá a ocurrir algo parecido; eso sólo pasa una vez en la vida.
Mira. Ahora yo tengo una familia, y la quiero con locura. No puede ser de otro modo. Pero, para serte sincero, lo que siento hacia mi familia no son los sentimientos puros y espontáneos que en aquel entonces experimentaba.
Tsukuru seguía en silencio. Ao aplastó la bolsa de papel vacía con sus manazas, hizo una bola con ella y durante un rato estuvo rodándola sobre la palma de la mano.
—¿Sabes, Tsukuru? Te creo —dijo Ao—. Sé que no le hiciste nada a Shiro. Bien pensado, es lógico. Tú nunca harías algo así.
Mientras Tsukuru pensaba qué responder, volvió a sonar el móvil en el bolsillo de Ao. Viva Las Vegas. Ao comprobó quién lo llamaba y guardó el móvil en el bolsillo.
—Lo siento, pero debo volver al trabajo: tengo coches que vender. ¿Me acompañas hasta el concesionario?
Los dos echaron a andar, el uno al lado del otro, callados durante un rato.
Tsukuru fue el primero en romper el silencio:
—Dime, ¿por qué elegiste Viva Las Vegas para el tono del móvil?
Ao se rió.
—¿Has visto la película?
—Sí, hace mucho tiempo, en la televisión, ya de madrugada. Pero no la vi entera.
—¿No te pareció un bodrio?
Tsukuru esbozó una sonrisa que no lo comprometía. Ao siguió hablando:
—Hace tres años, por mis excelentes resultados como vendedor, me invitaron a una convención de comerciales de Lexus que se celebró en Las Vegas. En realidad era como si me premiasen con un viaje. Terminadas las reuniones matinales, nos dedicábamos a beber y a jugar en los casinos. Allí, Viva Las Vegas sonaba con tanta frecuencia que parecía el himno de la ciudad. Una vez gané en la ruleta y en ese momento la canción empezó a sonar de fondo. Desde entonces es como un amuleto de la suerte.
 

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