martes, 18 de febrero de 2014

Novedades, febrero de 2014: Impedimenta (II)



Trabajos de amor ensangrentados (Otro nuevo y extraño misterio para Gervase Fen) de Edmund Crispin
 
Traducción de José C. Vales 

ISBN: 978-84-15578-96-3
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 336
PVP: 22,50 €

La escuela Castrevenford está inmersa en los preparativos para celebrar el fin de curso, y el excéntrico profesor de Oxford y detective aficionado Gervase Fen (al que ya conocimos en La juguetería errante y El canto del cisne),
liberado de sus obligaciones laborales, ha sido convocado a entregar los premios a los discursos más brillantes. Sin embargo, la noche previa al gran día, extraños sucesos acontecen en el colegio, y dos profesores son asesinados. Mientras intenta desentrañar el misterio, Fen se ve obligado a resolver un secuestro con la ayuda de un sabueso con demencia senil, a apaciguar a una plétora de colegialas enloquecidas y, de paso, a averiguar el paradero de un manuscrito perdido de Shakespeare que se demuestra letal en extremo.


Desde el otro lado del escritorio, el director la observó con un gesto de grave pesadumbre. Siempre le parecía que la eficaz laboriosidad de la señorita Parry resultaba una pizca abrumadora. Tras aquella señorita Parry, ordenadas en implacables filas marciales, le pareció ver a todas esas mujeres de mediana edad, audaces, osadas, competentes, típicas de los estratos más altos de la burguesía inglesa, a quienes parece que no les interesa otra cosa en el mundo que organizar mercadillos de caridad, visitar a los enfermos y menesterosos, adiestrar a la juvenil servidumbre, y entregarse con fervor implacable a la jardinería. Alguna jugarreta del destino en la que nunca había tenido intención de indagar había impelido en algún momento a la señorita Parry a abandonar esa esfera social para buscar cómo ganarse la vida, pero de todos modos aquel ambiente seguía intuyéndose a su alrededor, como un aura intangible; y sin duda, el modo como llevaba la dirección del Instituto Castrevenford para chicas parecía confirmar esa opinión, más que contradecirla… El director, circunspecto, comenzó a cebar su pipa.
—¿Ah, sí? —dijo sin mucho interés.
—Información, doctor Stanford. Lo que necesito sobre todo es información.
—Ah… —El director retiró algunas hilas sobrantes de tabaco que colgaban de la cazoleta de su pipa, y asintió de nuevo, esta vez con más firmeza y seriedad—. ¿Le importa si fumo? —preguntó.
—Yo también fumaré —dijo la señorita Parry con decisión. Apartó la pitillera de cigarrillos para las visitas con una implacable seguridad, aunque educadamente, y sacó de su bolso una cajetilla de cigarrillos—. Prefiero los americanos —explicó—. Les ponen menos productos químicos.
El director encendió una cerilla y le dio fuego.
—Tal vez lo mejor sería que me contara lo que sabe desde el principio —sugirió.
La señorita Parry expulsó una gran bocanada de humo, casi como si tuviera en su interior alguna especie de sustancia nociva que hubiera que expeler tan rápida y vigorosamente como le fuera posible.
—Creo que no necesito decirle que el asunto tiene que ver con la obra de teatro…
Aquella información impactó de lleno sobre la mente del director. Curiosamente, y en términos generales, era más esperanzadora de lo que cabía esperar. Desde hacía algunos años, el Instituto Castrevenford para chicas había colaborado con su correlato masculino en la preparación de una obra de teatro que se representaba el día de entrega de premios y diplomas. Era una tradición que no acarreaba más que molestias e incomodidades para todos los implicados, y la única circunstancia que mitigaba aquellas molestias era precisamente que estas resultaban predecibles y discurrían por senderos suficientemente trillados como para hacerlas preocupantes. La mayoría de los conflictos tenían lugar durante los ensayos, y solían reducirse a ciertos abrazos clandestinos, más o menos consentidos, entre los miembros masculinos y femeninos del reparto: y respecto a dichos incidentes los castigos correspondientes se habían establecido desde hacía mucho tiempo y eran casi automáticos.

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