Trabajos de amor ensangrentados (Otro nuevo y
extraño misterio para Gervase Fen) de Edmund Crispin
Traducción
de José C. Vales
ISBN: 978-84-15578-96-3
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 336
PVP: 22,50 €
La escuela
Castrevenford está inmersa en los preparativos para celebrar el fin de curso, y
el excéntrico profesor de Oxford y detective aficionado Gervase Fen (al que ya
conocimos en La juguetería errante y El canto del cisne),
liberado de sus obligaciones laborales, ha sido convocado a entregar los premios a los discursos más brillantes. Sin embargo, la noche previa al gran día, extraños sucesos acontecen en el colegio, y dos profesores son asesinados. Mientras intenta desentrañar el misterio, Fen se ve obligado a resolver un secuestro con la ayuda de un sabueso con demencia senil, a apaciguar a una plétora de colegialas enloquecidas y, de paso, a averiguar el paradero de un manuscrito perdido de Shakespeare que se demuestra letal en extremo.
liberado de sus obligaciones laborales, ha sido convocado a entregar los premios a los discursos más brillantes. Sin embargo, la noche previa al gran día, extraños sucesos acontecen en el colegio, y dos profesores son asesinados. Mientras intenta desentrañar el misterio, Fen se ve obligado a resolver un secuestro con la ayuda de un sabueso con demencia senil, a apaciguar a una plétora de colegialas enloquecidas y, de paso, a averiguar el paradero de un manuscrito perdido de Shakespeare que se demuestra letal en extremo.
Desde
el otro lado del escritorio, el director la observó con un gesto de grave
pesadumbre. Siempre le parecía que la eficaz laboriosidad de la señorita Parry resultaba
una pizca abrumadora. Tras aquella señorita Parry, ordenadas en implacables filas
marciales, le pareció ver a todas esas mujeres de mediana edad, audaces,
osadas, competentes, típicas de los estratos más altos de la burguesía inglesa,
a quienes parece que no les interesa otra cosa en el mundo que organizar
mercadillos de caridad, visitar a los enfermos y menesterosos, adiestrar a la
juvenil servidumbre, y entregarse con fervor implacable a la jardinería. Alguna
jugarreta del destino en la que nunca había tenido intención de indagar había
impelido en algún momento a la señorita Parry a abandonar esa esfera social
para buscar cómo ganarse la vida, pero de todos modos aquel ambiente seguía
intuyéndose a su alrededor, como un aura intangible; y sin duda, el modo como
llevaba la dirección del Instituto Castrevenford para chicas parecía confirmar
esa opinión, más que contradecirla… El director, circunspecto, comenzó a cebar su
pipa.
—¿Ah,
sí? —dijo sin mucho interés.
—Información,
doctor Stanford. Lo que necesito sobre todo es información.
—Ah…
—El director retiró algunas hilas sobrantes de tabaco que colgaban de la
cazoleta de su pipa, y asintió de nuevo, esta vez con más firmeza y seriedad—.
¿Le importa si fumo? —preguntó.
—Yo
también fumaré —dijo la señorita Parry con decisión. Apartó la pitillera de
cigarrillos para las visitas con una implacable seguridad, aunque educadamente,
y sacó de su bolso una cajetilla de cigarrillos—. Prefiero los americanos —explicó—.
Les ponen menos productos químicos.
El
director encendió una cerilla y le dio fuego.
—Tal
vez lo mejor sería que me contara lo que sabe desde el principio —sugirió.
La
señorita Parry expulsó una gran bocanada de humo, casi como si tuviera en su
interior alguna especie de sustancia nociva que hubiera que expeler tan rápida
y vigorosamente como le fuera posible.
—Creo
que no necesito decirle que el asunto tiene que ver con la obra de teatro…
Aquella
información impactó de lleno sobre la mente del director. Curiosamente, y en
términos generales, era más esperanzadora de lo que cabía esperar. Desde hacía
algunos años, el Instituto Castrevenford para chicas había colaborado con su
correlato masculino en la preparación de una obra de teatro que se representaba
el día de entrega de premios y diplomas. Era una tradición que no acarreaba más
que molestias e incomodidades para todos los implicados, y la única circunstancia
que mitigaba aquellas molestias era precisamente que estas resultaban predecibles
y discurrían por senderos suficientemente trillados como para hacerlas
preocupantes. La mayoría de los conflictos tenían lugar durante los ensayos, y
solían reducirse a ciertos abrazos clandestinos, más o menos consentidos, entre
los miembros masculinos y femeninos del reparto: y respecto a dichos incidentes
los castigos correspondientes se habían establecido desde hacía mucho tiempo y eran
casi automáticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario