lunes, 24 de febrero de 2014

Sapphira y la joven esclava de Willa Cather



Sapphira es una mujer dura y fría que aún mantiene a esclavos negros en sus tierras, su marido no ve con buenos ojos esta decisión, enclaustrada a una silla de ruedas consigue que todos acepten sus órdenes debido a su implacable mano de hierro. Con la ayuda de fiel criada Till, y la bella y joven Nancy, ambas negras obligadas a acceder a los deseos de esta.


Henry, marido de Sapphira, trabaja en el molino y además hace vida allí, la harina que se filtra a través del suelo de madera es su único compañero pues su matrimonio es una mera apariencia frente a sus vecinos y familia. Sólo Nancy quiere que lave sus prendas de vestir y limpie sus prendas de vestir, es por ello que su esposa con su monótono día a día y con tiempo para pensar sospecha que esta hace algo más que ordenar la estancia, ahí comenzará la ira y los resentimientos con la joven esclava.

Cather narra en esta novela una dura historia de trabajo y superación de los esclavos en Black Creek, situado en el estado de Virgina, en el año 1856. Fue su último libro publicado antes de morir, es por ello que la novela desprende nostalgia en las descripciones del viejo sur y la progresiva abolición de la esclavitud en la villa. A lo largo del libro conocemos diferentes historias sobre las formas de encontrarse esclavizados y los sucesos que allí les depara por la falta de respeto de sus habitantes o el maltrato continuo. El libro se compone de pequeños capítulos que describen a un personaje diferente, gracias a ello comprenderemos mejor la cruda vida de los esclavos negros en los cultivos o los quehaceres diarios, aunque la narración se centre en Sapphira y Nancy. En definitiva una novela que capta la dura y cruel vida de los esclavos de aquel sur que se acercaban cada vez a su libertad, también del día a día de los habitantes del pequeño pueblo que habitaba en su niñez la escritora y que, a través del libro, conoceremos mejor, además sus descripciones están cargadas de belleza, como los paisajes que rodean a su protagonistas.

Recomendado para aquellos que quieran saber más sobre la esclavitud de los negros y su abolición a lo largo del tiempo en el que trascurre la historia, también para aquellos que les guste conocer a nuevas escritoras que, nos descubren las vilezas de una sociedad violenta con los que no son como ellos. Y por último para aquellos que quieran leer una emotiva historia de lucha y supervivencia.

Extractos:

Antaño, cuando Nancy y la señora Blake vivían, y durante sesenta años más, aquellas colinas hoy desnudas poseían una rica vegetación. El serpenteante barranco era profundo y verde, el arroyo del fondo fluía resplandeciente y sosegaba con su arrullo. Siempre que llegaban aquí el vendedor ambulante procedente de la ciudad o el granjero pobre que descendía a pie la montaña desde su pedregosa parcela de tierra para vender una piel de mapache hacían un alto para descansar o relajaban el paso. Cuando los hombres del campo mencionaban el lugar en su parlamento, aunque solo fuera para decir: «Solo he llegado hasta la doble ese», sus voces adquirían un eco lento y soñador, como evocando el lugar mismo: la sombra, la inmaculada belleza, la agradable sensación que le invadía a uno cuando estaba allí.
La señora Blake y Nancy alcanzaron la curva de la primera «Ese» y se sentaron en un tronco a descansa, contemplando los árboles del bosque del otro lado del arroyo que, al elevarse unos sobre otros en la empinada ladera, parecía aún verse unos sobre otros en la empinada ladera, parecían aún más altos de lo que eran en realidad. Por allí no había mucha maleza que se dijera. Solo estaba presente la que tanto aprecia en los jardines de los reyes: el laurel mismo. Incluso en aquellos días en los que viajar era un asunto lento e incómodo, la gente cruzaba el Atlántico para ver la Kalmia en flor: el caprichoso laurel silvestre que en junio cubría las boscosas laderas de nuestras montañas con mareas de color rosa y melocotón y carne. Y en invierno, cuando los altos árboles de por encima aparecían grises y sin hojas, los matorrales de laurel a sus pies se esparcían verdes y brillantes a través de los bosques helados.
—Bueno, Nancy —dijo la señora Blake cuando ya llevaban sentadas en silencio un buen rato—, esto es imposible de empeorar. Aquí el arroyo se estrecha y podemos cruzar fácilmente por las piedras.
No llevaban mucho tiempo entre los arbustos en flor cuando la señora Blake oyó el seco chacolotear de unas herraduras en las curvas más altas de la «Doble Ese». Levantó un dedo en gesto de advertencia. El ruido de cascos se acercó, y finalmente cesó. Entonces se oyó un raspar de arena y de piedrecillas que resbalaban. El jinete había encontrado un surco donde poder atar al caballo.

Incapaz de permanecer tumbada más tiempo, abandonó la cama con cautela y echó mano de su bastón de su silla. Empujando la silla a su lado, puedo llegar hasta la ventana y de nuevo apartó la cortina. El rectángulo rojizo de luz seguía ardiendo en el oscuro molino. Se sentó en la silla y reflexionó. Unas horas antes había oído a Nancy extender su jergón de paja en el pasillo, junto a su puerta. Pero ¿estaba allí ahora? Quizá no siempre durmiera allí. ¿Una sustituía? Había cuatro muchachas de color, sin contar a Bluebell, que podrían ocupar fácilmente el lugar de Nancy en ese jergón. Seguramente sí que ocupaban su lugar, y todo el mundo lo sabía. ¿Podía acaso confiar en Till siquiera? De todas formas, Till se retiraba pronto a su cabaña, y ella sería la última en enterarse.
El Ama permaneció sentada muy quieta, casi sin respirar, sobrecogida de terror. La idea de que pudiesen tomarla por estúpida, de que pudiesen burlarla de un modo u otro, le resultaba insoportable. Había velas sobre el tocador pero no tenía con qué prenderlas. Tenía la garganta seca y parecía atenazada. Tenía miedo de alzar la voz, miedo de respirar hondo. Una sensación de desmayo empezó a apoderarse de ella. Extendió la mano e hizo sonar con resolución su campanilla.
La puerta de la alcoba se abrió y alguien entró dando tumbos.
—¡Si, señora! ¡Si, señora! ¿Qué le pasa, señorita?
Era la voz somnolienta y alarmada de Nancy. La señora Colbert se derrumbó sobre el respaldo de la silla y aspiró una larga y lenta bocanada de aire. Todo había acabado. Su arruinada y pérfida casa se alzaba a salvo en torno a ella de nuevo. Estaba en su propia alcoba, recién arrancada de un sueño de destrucción. Pero debía terminar lo que había empezado.
—Nancy, me encuentro mal. Corre a la cocina y aviva las brasas y pon agua a calentar. Luego ve a buscar a tu madre. Necesito meter los pies en agua caliente.

Editorial: Impedimenta 
Autor: Willa Cather
Páginas:  272
Precio: 22,70 euros

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