martes, 16 de septiembre de 2014

Novedades, septiembre de 2014: Páginas de espuma



La vida imposible de Eduardo Berti

176 páginas
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 188
ISBN: 978-84-8393-147-9
15,38 / 16 €

La vida imposible lleva camino de convertirse –por derecho propio– en un clásico de la microficción del siglo XXI. A las primeras ediciones, traducciones y recopilaciones –que recibieron los elogios de la crítica y los lectores– viene a sumarse esta nueva, corregida y ampliada, con numeroso material inédito.
Los microrrelatos de Eduardo Berti recorren de manera natural todas las realidades posibles, paralelas, simétricas o inversas, con un humor y una ironía dignos de maestros como Borges, Wilcock o Cortázar.
Un libro capaz de despertar una sonrisa incluso cuando se está hablando de terrores y obsesiones, de monstruos y seres fantásticos, o simplemente de niños que amenazan –como en el cuento que da título al volumen– con hacernos la vida imposible.


Caso del reloj

En un pequeño pueblo de Guatemala hay un extraño reloj de arena. No mide ni medio metro de altura y ocupa el centro de una plaza colonial, presidida por una iglesia del siglo xviii. La alcaldía ha contratado a cuatro hombres para que mantengan en buen estado el reloj –atracción principal en cien kilómetros a la redonda– y para que lo den vuelta sin tardanza toda vez que se haya agotado. Esto último no es simple dado que la arena nunca cae a igual velocidad por el cuello: en ocasiones se toma diez minutos, en otras demora hasta cuatro o cinco horas, sin que haya entre cada vaciarse ninguna clase de secuencia lógica. Sin embargo, si se observa con cuidado, se verá que los guardianes siempre acaban dándolo vuelta veinticuatro veces por día, ni una más ni una menos, como si cada periodo establecido por la arena equivaliera, para el reloj misterioso, a cada una de las horas que conforman un día.

Mientras nieva sobre el mar de Pablo Andrés Escapa

136 páginas
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 201
ISBN: 978-848393-159-2
13,46 / 14 €

Un faro levantado en mitad de un campo de trigo produce el mar. Sobre el lomo de un caballo se anuncia el destino de un grupo de hombres. A la luz de una vela, un niño recupera un juguete perdido. Unos condenados a muerte creen ver, durante su última cena, que la salvación está bordada en las servilletas. Por la hendidura de una cueva puede salirse al otro lado del mundo. Una mujer deforme siente el vértigo de la levedad bajo las estrellas. Un unicornio de oro distrae su melancolía asomándose a una ventana abierta sobre un jardín. En el transcurso de una noche, la palabra de un náufrago sabrá suspender la incredulidad de quien escucha y atraer el milagro con su fábula. Y mientras su voz detiene el tiempo, cae la nieve sobre el mar.
En estos cuentos la franqueza y el misterio, el candor y la emoción de la palabra se afinan para alcanzar el límite más exigente de la escritura: hacer de lo fingido una absoluta verdad donde aún perdura la inocencia.
De Pablo Andrés Escapa se ha escrito: “Un mundo literario construido a base de miradas y palabras halladas en estado de gracia”, Javier Goñi, El País; “Pablo Andrés Escapa consigue fascinar [...] Una obra de largo alcance cuyo destino es la permanencia en el tiempo”, Santos Alonso, Revista de Libros; “No es fácil descubrir en el panorama narrativo actual una obra de originalidad narrativa tan llamativa”, Nicolás Miñambres, Filandón; “Sabe ver lo extraordinario en lo cotidiano para contarlo de forma sublime”, Juan Villalba, Turia; “El lector se siente deslumbrado ante tanta maravilla”, José Luna Borge, Clarín.


Los milagros no se explican. Como la rosa del poeta son sin porqué y los hacemos nuestros con naturalidad. A las pocas horas de dominar el horizonte de espigas desde mi torre, empezaron los prodigios. La primera noche el aire se inundó de un olor desconocido en aquellos páramos amarillos; la siguiente fueron gritos anormales de pájaros los que inquietaron el sueño compartido de las espigas y los hombres. Hubo una tercera, en fin, en la que pareció agitarse el mundo y sucumbir al embate de gigantes que acabaron calmando su furia a altas horas de la madrugada. Amaneció el nuevo día con enredo de brumas que en la distancia parecían prometer islas ocultas y traer a los oídos, absortos ya en la invención de olas, el lamento de una sirena. A media mañana se resolvieron las nieblas y desde mi reino solitario de viento y piedra abarqué la melancolía del mar, que es más grave que la de los campos sembrados de trigo. A los pies del faro, una muchedumbre de hombres amparados por sombreros de paja, contemplaban mudos la nueva inmensidad de sus fatigas.
La aceptación del faro entre los que me rodean ha llevado su tiempo. Tanto como la costumbre del mar. Pero no hay como creer en los sueños para que la realidad consienta sus demandas. De la desconfianza de mis vecinos, atareados cerealistas esclavos del sol y las heladas, he pasado a ser motivo de admiración primero y de gratitud después. «Los que, avaros de espigas, maldijeron un día mi obra porque quitaría sol a la cosecha, me dejan ahora ofrendas de peces a los pies». Anoté esta primera dádiva hace cuarenta años. No es la única memoria del triunfo del tiempo sobre los recelos agrarios. A más de uno, la luz de mi fanal le ha mostrado una senda segura hacia los brazos familiares en medio de la noche. Creo que secretamente gradecen las consecuencias que ha traído mi empeño, juzgado al principio un puro desvarío. Junto a hogueras nocturnas sobre la playa, los campesinos celebran el olvido de la hoz sobre el tedioso campo y saludan a las aguas siempre nuevas del mar. Parece que el faro se ha llevado sus temores y les ha inspirado la temeridad.

Viajar (Ensayos sobre viajes) de Robert Louis Stevenson

Traducción de Amelia Pérez de Villar

472 páginas
22 x 15 cm
Voces/ Literatura • 207
ISBN: 978-84-8393-177-6
24,04 / 25 €

Narrador inolvidable, poeta valioso, viajero y acuñador de anécdotas biográficas, para conocer completamente el universo Stevenson es necesario visitar también su faceta ensayística, a la altura del resto de su obra, didáctica y cercana, pero también rigurosa y precisa. Envidiable.
Viajar reúne sus Ensayos sobre viajes, aquellos maravillosos textos en los volcó la que fuera –junto a la literatura– su gran pasión. Una mirada personalísima y un estilo insuperable para dar cuenta de su Edimburgo natal, de sus excursiones por el paisaje inglés, de los viajes al continente europeo y, por fin, cruzando el océano, América. Un aspecto del autor de La flecha negra o El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hide que ningún lector debería pasar por alto.


Este es el verdadero placer de nuestro «hedonista rural»: no quedarse anonadado ante el Monte Chimborazo; no sentarse ensordecido junto al bombo de la orquesta, sino aprender día a día algo nuevo de esa belleza, experimentar una nueva sensación, vaga y tranquila, que hace tiempo nos abandonó. No es la gente la que ha «ansiado la naturaleza y languidecido por ella durante tantos años de confinamiento en la gran ciudad»1, como dijo Coleridge en aquel poema que tanto avergonzó a Charles Lamb; no son aquellos que más progresos hacen en su intimidad con ella, ni los más rápidos en ver o los que tienen más afán de disfrute. En esto, como en todo, son los conocimientos insignificantes y la dedicación continua y apasionada los que forman al verdadero diletante. Un hombre tiene que haber pensado mucho en un escenario antes de empezar a disfrutar de él. No hay en las colinas un entusiasmo juvenil que pueda adueñarse de la esencia última de la belleza. Es posible que la mayoría de la gente ya esté calva cuando pueda comprobar en un paisaje que tienen la capacidad de ver; e incluso entonces será sólo durante un momento, antes de que sus facultades empiecen su declive y ellos, al mirar por la ventana, comiencen a percibir que su vista está oscurecida y limitada. Así el estudio de la naturaleza debería llevarse a cabo de una forma completa y sistemática. Toda pequeña gratificación debería degustarse despacio, como un bocado exquisito, y nosotros deberíamos estar siempre dispuestos a analizar y comparar para poder ofrecer una explicación plausible a nuestras preferencias. Cierto que resulta difícil decir con palabras, aun de manera aproximada, qué sentimientos entran en juego. Hay una crueldad peligrosa intrínseca en todo refinamiento intelectual de cualquier sensación vaga. El análisis de estas satisfacciones siempre lleva a la afectación literaria, y estoy seguro de que todos conocemos ejemplos donde se ha probado que dicho análisis ejerce una influencia morbosa en la elección del lenguaje por parte del autor, o del giro de sus oraciones. Sin embargo, hay muchas cosas que hacen atractivo el intento: pues cualquier expresión, por imperfecta que sea, cuando se ha utilizado para delimitar un sentimiento profundo, parece una suerte de legitimación del placer que nos provoca. Un sentimiento común es uno de esos bienes fantásticos que hacen que la vida tenga buen sabor y siempre sea distinta. Saber que otro ha sentido lo mismo que nosotros, que ha visto cosas –por pequeñas que sean– de un modo no muy distinto al modo en que las hemos visto nosotros, será hasta el final uno de los mejores placeres de la vida.

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