viernes, 24 de octubre de 2014

El libro de los otros de Zadie Smith (edit.) (I)



El libro se compone de veintiún relatos seleccionados por Zadie Smith, todos ellos narran la historia de un personaje, pues, como explica en el prólogo, «nos encontramos con autores que prueban no sólo diferentes personalidades sino estilos insólitos y actitudes alternativas, adentrándose en paisajes en los que uno no los habría ubicado previamente». Todos los beneficios obtenidos por el libro serán destinados a 826ny, una organización no lucrativa destinada a ayudar a estudiantes entre seis y dieciocho años a desarrollar sus aptitudes para la escritura creativa y expositiva además de ayudar a profesores a que animen a escribir a sus alumnos.


Cachorro de George Saunders nos cuenta la pequeña historia de unas familias, que tratan de salir delante de diferentes formas. Callie, ella quiere deshacerse del cachorro pues sabe que tendrá que matarlo tarde o temprano. Marie tiene una hija que quiere ese cachorro pues lo ve cuando se cruzan por la granja en la que viven, ella decidida se dirige a por él pero aquello que ve no es de su agrado. Saunders cuenta una historia dura que trata de aquellas madres que sacan adelante a sus hijos con lo que tiene, a pesar de soportar los malos días de diferentes miembros de familia tratando de sacar luz a un día que se prevé oscuro.

Extractos:

Ahora ella sólo tenía que preocuparse del cachorro. Esperaba que la señora que había llamado de presentarse. Era un bonito cachorro. Blanco, con un parche pardo en torno a un ojo. Una moneda. Si se presentaba la señora, seguro que lo querría. Y si ésa se lo llevaba, Jimmy se libraría del asunto. Había detestado hacerlo aquella vez con los gatitos. Pero si nadie se llevaba el cachorro, lo haría él. Tendría que hacerlo. Porque, según su opinión, cuando decías que ibas a hacer algo y luego no lo hacías, así se enganchaban los niños a las droga. Además, se había criado en una granja, o cerca de una granja en todo caso, y cualquiera que se hubiera criado en una granja sabía que uno tenía que hacer lo que tenía que hacer en lo tocante a animales enfermos o sobrantes; el cachorro no estaba enfermo, sólo sobraba.

El siguiente relato es Judith Castle de David Mitchell, una mujer que, tras perder a su marido atropellado cuando fue a comprar una bolsa de guisantes congelados, además de la fuga del conductor del mismo trata de sobrellevarlo lo mejor que puede, primero en su trabajo después con sus amigas y por último con su familia. Una narración que describe a la sociedad desde la perspectiva de la muerte y el dolor, de cómo lo llevan los demás y nosotros mismos, con un imprevisible final que hace del texto una completa visión de las relaciones personales. 

Extractos:

Cuando por fin June Nolan me dejó colgar, limpié, tonta de mí, la bandeja de tazas de café que había preparado sin ninguna necesidad, cerré mi teatro y me encaminé al aparcamiento de la clínica. La alarma del coche seguía sonando a todo volumen. A la salida de la clínica había una familia joven, lo que suena entrañable, pero ésta en concreto hizo que se me cayera el alma a los pies. Ella tenía unos dieciséis años, gorda, vestida como una golfa en plan deportivo, y con un recién nacido en un brazo y un hojaldre de salchicha en la otra mano. Él aparentaba unos once, llevaba un piercing en el labio, tenía cutis de pudin de arroz y ese peinado en que las greñas caen pegajosas sobre una frente criminal. Era un modelo a escala dos tercios de uno de esos patanes ingleses que abarrotan las terrazas de los cafés europeos desde que los viajes baratos en avión han llegado a las mesas a las masas. Justo a la salida de la clínica, justo al lado de su propio bebé, este padre-niño estaba fumando. De haber sido cualquier otra mañana, lo habría pasado por alto, pero el universo, por medio de Leo, acababa de enviarme un mensaje sobre la fragilidad de la vida.
—¡¿Cómo te atreves a fumar al lado de ese bebé?!
El padre-niño me miró con ojos inexpresivos.
—¿No has oído hablar del cáncer de pulmón?
En vez de insultarme, dio una calda, se inclinó sobre su bebé y exhaló el humo directamente sobre la cara del pobre muñequito.
¿Era esa familia el futuro de Gran Bretaña?

El siguiente breve texto es El embustero de Aleksandar Hemon. Dos hombres están siendo juzgados en público, uno de ellos es un ladrón y el otro un mentiroso, en una época en la que la gente pide sangre más que verdades.

Extractos:

La muchedumbre murmura en una nube de descarado polvo vespertino; ya han esperado demasiado. Al cabo, el procurador desciende hasta el penúltimo peldaño, separa los pies y pone los brazos en jarras para adoptar una rutinaria pose de autoridad. Su barriga extraordinariamente rotunda queda perfilada bajo la toga sudada, la sombra del ombligo en el centro. Escudriña el gentío con desprecio, el ojo del ombligo siguiendo su mirada al volverse un poco hacia la izquierda, un poco hacia la derecha. El alboroto amaina. Con sus espadas, los soldados obligan a avanzar a dos hombres andrajosos —sus grilletes trapalean al bambolearse— y los colocan a ambos lados del procurador, que ni siquiera los mira de soslayo. Todo parece una representación bien ensayada.

Frank de A. L. Kennedy en este relato nos encontramos a un personaje que decide pasar la tarde en el cine, se encuentra solo en la concurrida sala, además tiene problemas con la reproducción de la película. Todo ello provocado por un corte grave al preparar sopa. Kennedy ha logrado trasmitir en el texto la sensación de soledad, de incomprensión y de marginación en cada uno de los actos de su protagonista, que se encuentra en meditando sobre su vida y la de su pareja, ambos incapaces de entenderse y cada uno con una forma de llevar el día completamente diferente.

Extractos:

Entonces estaba en la cocina, y levantó la mano, llevó a cabo un reconocimiento, sopesó la sangre. Le corría veloz hacia la muñeca, se acumulaba y luego caía al suelo de baldosas, dejando gotas grandes y simétricas, indicativas de velocidad lenta y descenso perpendicular, y en torno a cada gota, igual que un halo, quedaba un diminuto destello de hebras, como si de estrellas se tratara. Las baldosas eran bastante lisas, pero aun así confundían al fluido y le hacían proyectar finas púas líquidas. El cristal sería mejor, manteniendo el dedo encima de un cristal a corta distancia obtendría circulitos perfectos: la sangre, como debe ser, formando esferas al caer y la amplitud de cada gota en el momento del impacto igual al diámetro de cada esfera. Se podía dar por hecho.
Entonces estaba en la cocina, con la sangre. Había dejado que las gotas se concentraran a sus pies, se encharcaran y salpicaran, desdibujaran unos patrones con otros, empezaran a tener el aspecto de una pérdida casi significativa. Veinte gotas o así por cada milímetro que narraban la historia de alguien en pie, herido, aunque no de excesiva gravedad ni sumido en un forcejeo o en un intento de huida.

En Gideon de ZZ Packer nos encontramos a una mujer negra que convive con un hombre blanco, ella quiere estar a su lado pero debido a la forma de vida que tiene su pareja, pendiente de unos grillos, se siente ignorada y apartada, hasta que una noche dudan sobre la rotura de un preservativo. En esta pequeña narración ZZ nos muestra un retrato de la vida en la sociedad de hoy en día que, debido a los quehaceres diarios y la monotonía, todo para inamovible y perpetuo.

Extractos:

¿Sabes a qué me refiero? Tenía diecinueve años y andaba bastante pirada. Había conocido a un tipo judío con un nombre judío de veras: Gideon. Llevaba el pelo como una peluca en plan afro y tenía una sonrisa nerviosa que desplegaba una y otra vez rápidamente, como si fuera de papiroflexia. Era uno de esos tipos blancos a los que les van las mujeres negras, pero por lo visto le daba miedo invitarlas a salir, hasta que me conoció.

En Gordon de Andrew O’Hagan, en cambio vemos a través de los ojos de su protagonista la ciudad de Glasgow al afrontar sus problemas o describiendo con detalle las trasformaciones de su alrededor como la extracción de petróleo y los cambios que ello supuso. Un relato sencillo que describe la vida y la sociedad en diferentes partes, se puede decir que es un relato compuesto de pequeños relatos todos ellos en torno a Gordon, protagonista de la narración.

Extractos:

Había una fábrica de linóleo en la carretera general y Gordon la veía humear desde su habitación en la casa del pastor. Siempre había tenido esa extraña capacidad —envalentonada por su lectura y  obras de teatro— para evocar una suerte de elevado romanticismo a partir de una escena industrial, aunque ninguno de sus hermanos tenía tiempo para libros, ocupados todo el rato con cortes de pelo y llamadas telefónicas. Gordon memorizaba citas y las repetía para sí bajo el agua de la ducha con los oídos inundados de ruido. Para entonces ya tenía mejor el ojo y su padre estaba más profundamente conchabado con el Señor. Solía quedarse en el cuarto de baño con olor a polvos de talco mascullando cálculos y extrañas sumas morales acerca de la causa de la desdicha de Hamlet. Su madre sabía que su segundo hijo estaba destinado a ir a Edimburgo cuando una mañana ésta bajó las escaleras con gesto huraño. «El problema de Hamlet es el espectro —dijo—. Es imprudente. Es incauto. No se puede dominar la conciencia de una persona. Y al obligar a una familia a pasar a la acción los matas a todos.»

El relato de Zadie Smith, Hanwell padre, trata la historia de un padre y un hijo, todo ello con un fondo histórico que comienza a mediados de los años treinta cuando, de repente, el padre de Hanwell desaparece por primera vez. A partir de ahí la narración desvela las apariciones que hace el padre cada poco tiempo en la vida de su hijo y lo que ello provoca en él. Un relato intenso y original que nos adentra en la vida de un hijo luchador por seguir adelante sin un padre, que trata de mostrar cómo superar las cicatrices de la soledad provocadas por las visitas intermitentes de un padre que prefiere ignorar a su hijo.

Extractos:

Hanwell padre se cernía sobre Hanwell como un cometa, a largos intervalos. Estaba presente cuando nació Hanwell, desde luego, y seis años después en una playa de Brighton, sosteniendo a Hanwell por las axilas para dejarlo colgando de un embarcadero. Hanwell padre pasó aquella tarde alejado de su familia, a la que dio un poco de calderilla con la generosa idea de que fueran a comer pescado y patatas fritas. No les alcanzó para tanto. Un mozo con encanto de sobra. Suena anticuado, pero «mozo» era la palabra que uno hubiera utilizado a la sazón. El primero en levantar la copa y el último en soltarla —de lo más efusivo y sociable—, aunque nunca se emborrachaba ni caía en la ineptitud. De esos capaces de cantar a coro con quienes están mucho peor, con la idea de aprovecharse de ellos en su debilidad. En casa, tenía una máquina en la que metía una moneda de dos peniques y salía un pitillo, como en un pub. Asimismo, sentía debilidad por la vecina más próxima de su esposa, una viuda, Sue Boyd: Sue, Sue, no sabes cuánto te quiero, canturreaba siguiendo la melodía de aquella famosa balada de la época, la cogía por la cintura y la llevaba bailando el vals desde la puerta trasera hasta la cancela, mientras la señora Hanwell sonreía inerme desde la ventana.

J. Johnson de Nick Hornby con ilustraciones de Posy Simmonds nos muestra, como se escribe en el propio relato, la vida de un escritor a cada paso, sus éxitos, sus títulos, sus agradecimientos… todo ello acompañado de unas pequeñas ilustraciones que acompañan al texto con un retrato de la persona que describa en cada caso, pues el texto se divide en diferentes nombres relacionados con el escritor. Un relato original, diferente, con unas geniales ilustraciones que, como fotografías, nos acompañan en el breve trascurso del mismo.

En La jueza Gladys Parks-Schultz de Heidi Julavits nos encontramos a una anodina y aburrida jueza que, en su casa y con un libro entre las piernas piensa en su vida, en el pasado y en el posible futuro, también en su familia, en su madre y en su niñez. Un relato que nos adentra en la mente humana y en la que se demuestra que las apariencias que mostramos a los demás no son más que meros artificios para encubrir nuestro verdadero ser, también que la monotonía puede llevarnos por caminos desconocidos como le ocurre a su protagonista, una jueza crítica con todo.

Extractos:

Más allá de su ventana (en la que sólo alcanza a ver su tenue reflejo), el sendero de entrada bordeado de árboles se prolonga hasta un punto lejano. Es el truco de la perspectiva, piensa Glad Parks-Schultz, cuya cara, en el leve reflejo en ese momento del día cuando la luz agoniza, semeja más alargada y esbelta de lo que le parecería a cualquiera que la viera de verdad. Glad Parks-Schultz posa el libro sobre el regazo (sólo veinte paginas para acabar), renunciando a la cobarde pareja de amantes que se han hecho a la mar y anclado en una cala, que han remado en su bote hasta la playa apartada, que atraviesan furtivamente el bosque hasta una cabaña para matar al marido de la mujer con un cuchillo. Las razones por las que el marido está solo en la cabaña no son sino una sarta de tonterías autoreferenciales: es un escritor dando los últimos toques a un libro de misterio. Le gustaría hablar con el marido acerca de ese libro de misterio. Le gustaría hablar con el marido acerca de ese libro, no el libro que está escribiendo, sino el libro del que forma parte. ¿Qué clase de novela de misterio, le preguntaría, te hace esperar hasta el mismo final para que muera alguien? Es jueza de distrito. No le interesan los crímenes antes de que ocurran. Detesta el porqué de la mayor parte de las novelas, razón por la que se ciñe a las de misterio. No hay inquietudes emocionales en el porqué de las novelas de misterio —ella lo engañó; él quería su dinero—, sólo cuenta el resultado y el cómo explicado de manera intrincada.

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