jueves, 6 de noviembre de 2014

Novedades, octubre de 2014: Sinerrata



El caso de la mano perdida de Fernando Roye

Temática: Policiaca
ISBN: 9788415521136 ePub 9788415521143 mobi
Colección: sinrastro
PVP ebook (IVA incluido): 7,99 €

Allá por los años cincuenta del siglo pasado en el sur de España, en plena Sierra Morena, una mano seccionada es encontrada por una pareja de la Guardia Civil en el monte, cerca de la pequeña localidad de Santa Honorata. Se hará cargo de la investigación el peculiar jefe de puesto, el sargento Carmelo Domínguez, cuyos singulares métodos y extraordinaria suspicacia despiertan admiración, miedo y rechazo a partes iguales; Carmelo aborrece los problemas, y estos no han hecho más que empezar.
Mientras todo el pueblo, incluyendo sus subordinados y los mandatarios locales, está centrado en la próxima visita del caudillo de España a este rincón de Sierra Morena, el sargento hechizado, como es conocido Carmelo en los alrededores, intentará solucionar un caso con raíces más antiguas y oscuras de lo que nadie, excepto quizás él, pudo prever.
El caso de la mano perdida es, entre otras cosas, el retrato de un pequeño pueblo de fines de la posguerra. Asomándonos a esta ventana descubriremos la vida de sus habitantes, los oficios que desempeñaban, sus sueños y también sus pesadillas. Y todo esto contado desde los raros ojos de un sargento de la Guardia Civil y con el telón de fondo de las ambiciones y los rencores de sus agentes, la abnegación de sus mujeres y la disciplina castrense de la casa-cuartel en la que malvivían.


Carmelo tenía bajo su mando directo a cinco hombres y era el responsable de una demarcación. Desde hacía dos años, había heredado una situación difícil por parte del cabo Rosario, pero no se quejaba. En el fondo, a él le iba bien siempre que los problemas no le sobrepasasen. El sargento era partidario de ocultar el polvo bajo el felpudo; de intervenir solo lo estrictamente necesario.
En el pueblo la gente lo quería y lo odiaba por igual. Era el propio uniforme el que decantaba esos sentimientos de un lado u otro de la balanza. Sin embargo, todo el mundo se mostraba de acuerdo en identificarlo con el mismo apelativo. A Carmelo lo llamaban el sargento hechizado, presumiblemente por pasarse el día dormitando, pero también porque siempre daba por ciertas toda suerte de insólitas señales que él consideraba premonitorias. Verdaderamente Carmelo era un tipo singular. Lo cierto es que, por comparación, Carmelo salía bien parado, ya que Rosario había resultado ser un borrachín con asomos de sadismo mientras duró su mandato. Y la cosa seguía igual. De hecho se lo conocía como don Tinto, aunque nadie se atrevía a llamárselo a la cara.
Alguien tocó a la puerta y la abrió un par de centímetros. Era Benito Viedma, la última incorporación en su equipo. Carmelo lo invitó a entrar.
Benito tenía el aspecto de un señorito de provincias altivo y refinado, alejado de la imagen tópica de un guardia civil. Parecía formar parte de aquella vieja casta de hombres pertenecientes a la nobleza que habían fundado el cuerpo hacía más de un siglo, entre ellos el duque de Ahumada.

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