miércoles, 28 de enero de 2015

Novedades, enero de 2015: Destino



El asesinato de Margaret Thatcher de Hilary Mantel

256 páginas
ISBN: 978-84-233-4887-9
Tomo 1314
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Áncora & Delfín
Traductor: José Manuel Álvarez Flórez

El asesinato de Margaret Thatcher es el relato central e inédito en el nuevo libro de la autora británica que deslumbra por su calidad literaria y que comparten el gusto por lo insólito, el sentido, a veces sangrante y siempre muy sutil de la ironía británica y la capacidad de síntesis. En cada historia la autora nos ofrece una pieza magistral de su peculiar arte y de su manera de relatar, con una sonrisa cómplice, lo ridículo de cada momento.


«La manera de narrar de Mantel urge al lector a suspender completamente su vida normal hasta haber finalizado el libro» The Sunday Times.
«Una escritora genialmente vívida e ingeniosa» The Times.


Yo no estaba segura de que Ijaz me otorgase ese respeto. Nuestra situación era anómala y propicia al malentendido: yo tenía un visitante por la tarde. Él probablemente pensara que sólo el tipo de mujer que corría muchos riesgos dejaba entrar en su casa a un desconocido. Pero no podía barruntar qué era lo que pensaba en realidad. Quizá una escuela de negocios en Miami o el tiempo que había pasado en Occidente habían hecho parecer mi actitud más normal que no. Su charla era tranquila ahora que me conocía, llena de chistes endebles de los que él mismo se reía; pero luego estaban el golpeteo del pie, los tirones al cuello de la camisa, el tamborileo de los dedos. Me había dado cuenta, escuchando mi grabación, de que su situación estaba prevista en la lección 19: Le di la dirección a mi chófer, pero cuando llegamos, no había ninguna casa en aquella dirección. Yo tenía la esperanza de mostrar con mi vivaz camaradería lo que era sólo la verdad: que en nuestra situación no podía haber nada anormal porque yo no sentía absolutamente ninguna atracción hacia él; tan poca, que me sentía culpable por ello. La cosa empezó a ir mal por ahí: por mi sensación de que debía corresponder al carácter nacional que él me había asignado, y que no debía menospreciarle ni rechazar su amistad para que no creyera que lo hacía porque era un Nacional de Tercer País.
Porque su segunda visita y la tercera fueron una interrupción, casi una irritación. Al no tener más opción en aquella ciudad, yo había decidido cultivar mi aislamiento, mimarlo. Estaba enferma por entonces, y sometida a un régimen feroz de medicamentos que me provocaba jaquecas cegadoras, me volvía un poco sorda y me incapacitaba para comer aunque tuviese hambre. Los medicamentos eran caros y había que importarlos de Inglaterra; la empresa de mi marido los traía por correo. Se filtró la noticia y las esposas de la empresa decidieron que yo estaba tomando medicamentos para estimular la fertilidad; pero yo no lo sabía, y mi ignorancia hacía que nuestras conversaciones resultasen un tanto peculiares y un poco amenazadoras para mí. ¿Por qué estaban siempre hablando, en los momentos de sociabilidad empresarial forzada, de mujeres que habían sufrido abortos pero ahora tenían un bebé saltarín en el cochecito? Una mujer más vieja reveló que sus dos hijos eran adoptados; los miré y pensé: «Jesús, ¿de dónde los sacó, del zoo?». Mi vecina paquistaní se sumó también al arrullo del vástago que tendría yo próximamente: ella estaba al tanto de los rumores, pero atribuí sus insinuaciones al hecho de que estaba embarazada de su primer hijo y necesitaba compañía. La veía casi todas las mañanas para una pausa de charla y café, y prefería inducirla a hablar sobre el islam, cosa bastante fácil; era una mujer instruida y deseosa de enseñar. 6 de junio: «Pasé dos horas con mi vecina — dice mi diario—, ampliando la brecha cultural».
Al día siguiente, mi marido trajo a casa billetes de avión y mi visado de salida para nuestras primeras vacaciones de vuelta a casa, para las que faltaban siete semanas. Jueves, 9 de junio: «Encuentro un pelo blanco en mi cabeza». En Inglaterra había elecciones generales, y estuvimos toda la noche levantados escuchando los resultados en la emisión internacional de la BBC. Cuando apagamos la luz, la hija del heredero brincó por mis sueños a los compases de Lillibulero. El viernes era fiesta, y dormimos sin que nada nos molestase hasta la llamada a la oración del mediodía. Empezaba el ramadán. Miércoles, 15 de junio: «Leí El caso Twyborn y vomité esporádicamente».

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