martes, 28 de abril de 2015

Novedades, abril de 2015: Impedimenta



Crónicas de la Era K-pop de Fernando San Basilio


ISBN: 978-84-15979-62-3
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 176
PVP: 16,95 €

La nueva novela de San Basilio (Curso de Librería, Mi gran novela sobre La Vaguada, El joven vendedor y el estilo de vida fluido), uno de los más iconoclastas y visionarios escritores españoles de la actualidad, dotado de un ojo privilegiado para descubrir lo inédito y lo enigmático que reside en lo más trivial de la vida, se asoma con humor y asombro al vibrante universo del enjambre surcoreano.

Una estudiante de la Universidad Yonsei que frecuenta la consulta de un adivino. Un actor de telecomedia que vive con miedo a ser asesinado por los guionistas. Una nonagenaria que vende patitos de madera en las galerías comerciales del metro de Seúl. Una pareja de enamorados con un cupón descuento para degustar el bollo de leche más vendido del mundo. La burbuja de los cafés franquicia en Corea del Sur. Y Fernández, un hombre sin apenas atributos que ha llegado a Seúl para participar en la Feria Internacional del Café y no deja de encontrar excusas para quedarse en el país. Soplan vientos de guerra con el vecino del norte, pronto florecerán los cerezos y el Cumpleaños de Buda está al caer.


—¡Mis amigos son tan tontos…!
De modo que Paris Baguette no es lo que uno podía esperar de ella. Como no quiero ofenderla, le digo que algunos Paris Baguette no son verdaderas cafeterías, lugares donde pasar la tarde, dado que no hay mesas ni sillas, sino meros despachos de bollería, panadería y todo lo demás. «Eso demuestra que son lugares verdaderamente buenos, son lugares auténticos a los que la gente no va para pasar el rato sino para llevarse algo bueno a casa.» Veo que no vamos a llegar a ningún acuerdo en este asunto. En mi opinión, la panadería, el despacho de pan, resta categoría y sobre todo calidez al café. Y los locales de Paris Baguette en los que hay servicio de cafetería y sillas no son ninguna maravilla y son tan acogedores como puede serlo la sandwichería Rodilla de la estación de autobuses de Méndez Álvaro. ¿Y qué hay de Angel-in-us Coffee?, ¿acaso no es un sitio con estilo? Jae Eun hace un mohín de coquetería y junta los brazos y mueve las manos como un patito que aletea: es una referencia a las alas de los angelitos de la imagen corporativa de Angel-in-us Coffee. En realidad son angelotes. Las puertas de la mayoría de estos cafés tienen por tirador unas alas de ángel del tamaño del ala desplegada de una gaviota. Las sillas están bañadas en algo que parece pan de oro y el olor a café hace que se le dilaten a uno las narices. Le digo a Jae Eun que una diseñadora española ha firmado un contrato con Angel-in-us Coffee para ocuparse de la nueva imagen corporativa —no es exactamente así, lo que ha hecho esta diseñadora española ha sido ilustrar algunas tazas y cojines que luego se venderán en los locales de An­gel-in-us Coffee— y ella muestra una amable indi­ferencia. Es verdad que este asunto de la diseñadora española —el país de la pasión y del romanticismo, después de todo— no era más que un dato para de­jar caer en la conversación y, como tal, desaparece en cuestión de segundos. «Firenze también tiene mucha clase.» «¿Firenze? Creo que no lo conozco.» Que yo no conozca las cafeterías de la cadena Firenze no sig­nificaría nada porque hay cafeterías por todas partes, cada día que pasa descubro una nueva y además se da un fenómeno que me gustaría comentar con Jae Eun. Algunas cafeterías son negocios particulares en los que se pretende dar la idea de que aquello forma parte de una cadena.
—Ahora que lo dices, es posible que Firenze no sea una cadena. Hay uno en Ansan, junto al intercambia­dor de transportes. Yo soy de Ansan. Pero una cosa está clara: Firenze tiene clase.
Ansan es una ciudad de segunda situada a treinta kilómetros de Seúl y casi en su área metropolitana a la que, de hecho, se puede llegar en metro o en tren de cercanías. No es lo que suele llamarse un lugar con encanto, aunque se asome al mar Amarillo, y tiene un pequeño problema de autoestima.
—La gente en Ansan —dice Jae Eun— es buena; lo que pasa es que, en fin, en Ansan hay gente de todo tipo y no todos son coreanos. No sé si me entiendes.
Hay muy pocos inmigrantes en Corea y casi todos ellos —kazajos, rusos, indios, bangladesíes, chinos: gente de todo tipo— están en Ansan. Por supuesto, me apresuro a decirle a Jae Eun que he entendido. Todos los días, mucho antes de que despunte la auro­ra, el padre de Jae Eun la deposita en el intercambia­dor de transportes de Ansan y ella coge un autobús que la lleva hasta Wonju, lo cual supone una hora y media en el mejor de los casos, y luego se sube en uno de los tres autobuses urbanos que hacen parada en el campus de la Universidad Yonsei —líneas 30, 31 y 34: media hora más o menos— salvo cuando llega tarde o tiene el capricho de ir en taxi, lo cual le supone un desembolso extra de tres o cuatro mil wones.

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